lunes, 27 de agosto de 2012

De cómo nace "Historias de un delantal"

La comida siempre ha tenido mucha importancia en mi familia, como en muchas otras. Mi madre conserva entre sus bienes más preciados un recetario que ella misma ha ido haciendo poco a poco, desde que era muy joven, incluso antes de que yo naciera. Ese conjunto de recetas antes se hallaban desordenadas dentro de una carpeta de coleccionables de la revista Pronto (del año 84, para más señas).

Como es algo con lo que a mí se me encandilan los ojos, un día, hace ya varios años, lo cogí y empecé a ordenar las recetas, aunque sin un orden fijo, ni dulces y salados, ni lugares... La única intención era que se vieran todas, desde la primera hasta la última, y que estuvieran en el orden en el que me las encontré. Los libritos de recetas los dejé dentro de esa carpeta, que aunque fea, a mí me parece la cosa más maravillosa del mundo. Un dosier de fundas de plástico con las tapas verdes recoge las recetas que mi madre aprendió en un curso de cocina al que fue con sus amigas. En otras carpetas coloqué otros libritos (el de la olla a presión, el de la cocina a microondas...) que debían tener más o menos mi misma edad y las recetas que se hallaban sueltas y desperdigadas en la carpeta inicial. Había de todo, a saber: recetas recortadas de revistas, anotaciones en papelitos que ni siquiera decían qué era lo que se iba a cocinar (aunque mi madre lo sabía a la perfección), extensas explicaciones sobre deliciosos platos que estaban copiadas en buena letra o ya pasadas a ordenador...

Todas esos libritos, dosieres y carpertas están juntos y los guardamos en un patio cubierto lleno de plantas y lleno de luz, en el que se enciende una chimenea en invierno. Las recetas reposan lejos de ojos curiosos en la alacena que se encuentra frente a la nevera, no por celo, sino por comodidad para las cocineras.

¿Y por qué ese título? Pues porque soy un pequeño desastrillo, una mancha andante. Dice mi madre que de pequeña nunca me manchaba, y que si por accidente lo hacía debían cambiarme inmediatamente de ropa puesto que mis llantos eran insoportables. Nada más lejos de lo que ocurre en la actualidad. El delantal protagonista de esta historia es el que nunca me pongo, el que se queda colgado, el que sólo me  coloco para no oír más a mi madre o cuando ya me he manchado -como siempre, mi madre tiene unas dotes de adivina y futuróloga dentro del mundo de la cocina que hacen de ella una mezcla de Karlos Arguiñano y Aramís Fuster-. Así pues, aquí encontraréis las historias que le ocurran a ese delantal que no tiene una forma fija: a veces es el de cuadros verdes, a veces el de los patitos, el de los pingüinos, el de maripepis, el de faralaes...

Aquí me tenéis de pitufina, con las manos en la masa y con un delantal.


Este blog nace, pues, no sólo con la intención de ser un recetario, sino también de ser el lugar de encuentro para compartir experiencias y recuerdos que tengan la gastronomía como pretexto. Aunque principalmente lo destinaré a compartir recetas con mis primas -espero que ellas quieran participar, porque las he metido en esta andadura sin decirles nada-, todo el mundo está invitado a participar y a hacernos llegar sus recetas, fotos y experiencias a través de los comentarios y de una dirección de correo electrónico que más adelante se habilitará.

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